Alcemos la voz, es urgente que cambiemos el mundo




Las migraciones del ser humano, al igual que las del resto de los animales,  han sido un fenómeno natural que ha  existido a lo largo de los tiempos. El hombre en su lucha  por sobrevivir, y, como cazador recolector, fue colonizando el mundo que actualmente conocemos  en sus continuos flujos migratorios.
Los cambios climáticos asociados a las hambrunas y las presiones de otros grupos a menudo fueron factores acelerantes del continuo deambular por nuestro querido planeta Tierra. Esto sucedió a lo largo de la historia, y los hombres se fueron organizando políticamente, surgieron nuevas civilizaciones, hubo  guerras, conquistas,  etc., etc.,  pero había dos factores letales que a menudo obviamos: la codicia y el poder. La codicia, ese ansia irracional por atesorar cosas,  y aunque vivamos mil vidas no las vamos consumir, es la causa de la desgracia de muchos, y esto, junto con  la tendencia antropológica a querer dominar al otro, forman el germen de la maldición de la guerras que sufrimos hoy.
Todos sabemos, sin temor a equivocarnos, que si preguntamos a los pueblos que sufren los desgarros de todos los conflictos bélicos, la inmensa mayoría no los quiere. El hombre normal quiere vivir en paz, y de aquí podemos colegir, sin ser ingenuo, que solamente son unos pequeños grupos, pero muy poderosos, que convierten este mundo en un valle de lágrimas. Estos a menudo, estos jerarcas quiero decir,  no son líderes naturales de nadie, llegaron al poder imponiendo su voluntad a los más débiles. A todas estas estructuras algunos, a las más civilizados, llaman el establishment, y otras son dictaduras que se han enquistado en la sociedad. Son máquinas perfectamente engrasadas que actúan con la frialdad de éstas. Cómo es posible que existan conflictos eternos que los pueblos no quieren, conflictos que solo traen desgracia y sufrimiento. Pues ahí están, y el pueblo se resigna y los tolera porque los que los han provocado ya se ha ocupado de que esto suceda con la intoxicación informativa adecuada y con el analgésico del mal entendido orgullo patrio que a menudo nos arengan en las tribunas en los días señalados para tal ocasión o, lo que es peor, con la represión brutal de los que se atreven a oponerse.
Hace poco un líder occidental, después de presentar una nueva arma destructiva atroz, sentencia: “ahora nos escucharan”. Y como tienen miedo de ellos mismos, prueban su poder en países títeres en los que masacran a la población civil, y los países satélites, a veces también títeres, simplemente miran para otro lado, y solamente las voces críticas con escaso eco se atreven a alzar la voz.
A menudo en los medios venos gente ahogándose en el mar que escapan de las hambrunas y de esos sangrientos conflictos, nos estremecen unos minutos y después olvidamos. No es cuestión de echarnos el mundo por montera, pues entonces maldeciríamos una y otra vez  nuestra existencia, es cuestión de concienciarnos y gritar una y otra vez que  sí podemos cambiar esto.
Muchos sabemos que el coltán que es utilizado en nuestros dispositivos móviles de última generación es el origen de muchos conflictos sangrientos en África, pero como los muertos no son  los nuestros, no decimos nada.
También sabemos que esa ropa tan barata que compramos para ir guapos todos los días, se confeccionó en régimen de explotación laboral atroz, pero como las explotadas, casi siempre son mujeres, no son nuestras madres, hermanas o hijas, no decimos nada.
Y por último, pues no quiero ser pesado, también sabemos que no hacemos ascos a  ciertas monarquías,  que nos suministran petróleo a buen precio a sabiendas que sus miembros son sátrapas sobre los que recaen serias sospechas sobre la financiación del terrorismos internacional,  pero hasta que no nos afecte directamente, tampoco decimos nada.
El Poema  “Ellos vinieron” de Martin Niemöller, atribuido  a Bertol Brecht, nos invita a reflexionar:
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no pronuncié palabra,
porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí,
no había nadie más que pudiera protestar.”
(Martin Niemöller, 1946)
En el mundo hay  recursos suficientes para que su población viva con dignidad y avances tecnológicos que podrían permitirnos una vida más o menos cómoda, pero todo esto está mal distribuido, y, munchas veces, por desgracia, por la pasividad de los que somos mayoría.  Poco a poco podemos alzar la voz y decir que es obsceno que el hombre más rico del mundo tenga más de cien mil millones de dólares, que aun exista derecho de veto en ciertos organismos internacionales, que se apoyen gobiernos títeres ilegítimos  porque los que habían sido elegidos democráticamente no nos gustaban etc., etc.
Hoy despierto con la noticia de que el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) ha descubierto la propiedad de la superconductividad en el grafeno que podría revolucionar la trasmisión de energía, los sistemas de transporte e incluso los escáneres en medicina y así hacernos la vida más fácil. No quiero ser pájaro de mal agüero, pero me temo que las multinacionales energéticas, farmacéuticas, sanitarias,  etc. ya están al acecho, e incluso el poder financiero ya está especulando con las futuras ganancias.  Como siempre se comerán el pan y nos dejaran la migajas, y, lo que es peor, los que han inventado el pan y lo han horneado fueron los hijos e hijas de los que somos mayoría.
El pasado ocho de marzo millones de  mujeres, a pesar de algunas voces críticas que huelen al tufillo de siempre, salieron  a la calle reclamando lo que es obvio: la igualdad.
Esto es un rayo de esperanza que nos invita a ver el futuro con optimismo y también a la reflexión de que algo se puede hacer cuando se es mayoría y la causa es justa.

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