Demócratas por necesidad
Como siempre coloco la maleta grande detrás del
conductor, después la otra maleta en el maletero junto con la bolsa de los
zapatos y la nevera portátil, y también
el viejo mueble que nunca sabemos que hacer con él, etc., etc. Con esta
solemnidad rutinaria emprendemos siempre los viajes que hacemos de Madrid a
Galicia: quinientos ochenta y cinco hasta la puerta de casa. Merece la pena.
Hacemos un alto a medio camino para echar
combustible, estirar las piernas y tomarnos algo para después seguir la ruta; nos
quedan otras dos horas y media hasta casa.
El viajar es algo mágico que nos permite conocer y
comparar culturas, como si pudiésemos pasar del presente al futuro a nuestro antojo, también, muchas
veces, a nuestro pesar, al pasado más oscuro.
Siempre volvemos a Galicia con la esperanza de que nuestras gentes queridas y paisajes
añorados gocen de una salud y lozanía razonables, de que las cosas se vayan moviendo en la
dirección acertada y de que el futuro
espere generoso con los brazos abiertos.
Después de cinco horas y media por autovía enfilamos
una carretera local; en estos momentos en el coche nadie habla, vienen a
nuestra mente recuerdos maravillosos mezclados con cierta frustración. Aquí no
teníamos futuro. Han pasado ya muchos años y las cosas van más lentas que en el resto del Estado.
En el medio rural la mayoría de los lugares están
habitados por una o dos personas, con suerte unas pocas más, y no hablemos del
envejecimiento de la población.
En mi ayuntamiento la única política territorial que
se ha hecho en las aldeas es que, lo que antes eran fincas rústicas,
ahora a algunas las han recalificado como urbanizables para cobrar el IBI. A
cambio, la basura hay que llevarla a un contenedor que está a más de medio
kilómetro, no hay alcantarillado, el agua para uso doméstico la tienen que
gestionar los vecinos y los caminos asfaltados que dan servicio a los distintos
lugares, que algunos dieron en llamar pistas, suele estar llenos de baches que
nunca se arreglan, etc., etc.
Antes se sabía que pronto había elecciones
municipales porque era cuando se renovaban los carteles indicativos en la vía
pública de los pequeños núcleos de población, todo esto para que pareciese que
el consistorio había hecho algo. Ahora lo hacen como más frecuencia, pues ya se
han dado cuenta de que los aldeanos no son tontos.
Después de mucho insistir, a lo mejor te arreglan una
fuente de agua potable o levantan un
muro que se llevó la tormenta.
Todo el mundo tiene asumido que si quieres que el consistorio
haga algo tienes que ir a pedírselo al alcalde, y, como si de un favor se tratase, te recibe y
nunca te dice que no,…pero ponte a esperar. Pocos entienden que son los concejales
del ramo los que tienen que detectar las necesidades de la comunidad, y que es
su obligación. La paradoja está en que todos deben estar contentos, pues siguen
mandado los mismos. Os acordáis de aquel ourensano que le decía a Don Manuel
Fraga que él iba por las aldeas y acarrexaba
muitos votos, aquí está el quid de la cuestión. Un
favor a cambio de un voto tiene un nombre, a mí se me ocurre que encaja
perfectamente en una de las acepciones de caciquismo.
Sabemos
que lo de llevar al paisano en taxi a votar y entregarle el voto por el camino
ya casi ha desaparecido, pero aun existe esa tentación por parte de los que son
demócratas por necesidad. Tampoco está nada bien que el alcalde en funciones y
el cura estén presentes en el asilo cuando los ancianos residentes votan. Si
queremos que nuestros pueblos evolucionen, tenemos que ser libres para decidir
por nosotros mismos y que nadie nos imponga sus ideas, y mucho menos a cambio
de favores, pues sabemos que cuando todos piensan igual, es que o nadie piensa
o uno piensa por todos. Hay que estar vigilantes.
Comentarios
Publicar un comentario
Se agradecen las críticas, pero, por favor, respetuosas.