As Fragas, un regalo para los sentidos
No
levantaba ni dos palmos, cálculo que eran mis primero años de infancia, qué sé
yo, cinco o seis años de edad, pero olía a fraga en mi hogar. Era una casa de una sola planta, con
bodega soterrada, patio en pendiente y corredor orientado al este. Sí, lo que
mejor recuerdo de ese espacio abalaustrado, con dos alcobas a cada lado y el en
el centro una mesa con banco de respaldo, era la vista a las fragas del río
Deva. De puntillas me asomada para ver lo que para mí era un terreno por
explorar. También desde esa pequeña atalaya veía lo que supe después que era
Portugal.
Aún
recuerdo cuando las nubes de polen, que en primavera movidas por vientos que subían por las valles
orientados al padre Miño, parecían la
aurora boreal. Todo lo veía desde esta tribuna para los privilegiados que era
mi corredor.
Los
días de vendaval y tormenta, no eran traicioneros, pues los vientos del sureste
nos dejaban oír el tañer de campanas de la parroquia de al lado que avisaban de lo que se avecinaba. Mucha vida había y aún hay hoy en aquellas
fragas.
Todas
esas sensaciones es imposible que no te marquen para siempre, y, ahora cuando nos vamos haciendo viejos y ya tenemos
tiempo para pensar, solo podemos dar gracias por tanta fortuna.
Al
otro lado de río se oía el chirriar de los carros de los madereros tirados por
yuntas de bueyes, y también las riñas de las mujeres en el tiempo de regar el
maíz. Típicas eran las ofensas proferidas cuando no se respetaban los turnos
del agua; lo de mendrugo, pendejo y repollo de candean era de lo
más socorrido. Nunca llegaba la sangre al río. Era del teatro de la vida en
directo, mejor dicho, la vida misma.
El
maíz cosechado se molía en los molinos de agua que se asomaban a la orilla del río.
Para acceder a ellos había que bajar por riscos de difícil tránsito con un saco
de un ferrado a cuestas. Aún quedan estas construcciones en ruinas y también aún
conservan restos de la belleza que algún día tuvieron.
Los
molinos de agua nos podrían contar muchas cosas. Cuando era niño no alcanzaba a
descifrar aquellos mensajes grabados que alguien había dejado en las paredes y
la puerta de madera a golpe de carbón y navaja; unos eran declaraciones de
amor, otros eran erotismo de lo más primitivo. Creo que de allí viene esta popular
cantiga:
-Unha noite no muíño, unha noite non é nada
unha semaniña enteira, esa si que é muiñada.
Deus cho pague churrusqueira,
téñocho que agradecer,
cando vou ao teu muíño
sempre me deixas moer-
unha semaniña enteira, esa si que é muiñada.
Deus cho pague churrusqueira,
téñocho que agradecer,
cando vou ao teu muíño
sempre me deixas moer-
Y no nos
olvidemos de la diversidad bilógica de la fraga, el caballo común, el
alcornoque, el acebo, el peral silvestre, el sauce, el fresno, etc. que
ajardinan este bosque. Todo este decorado alberga una riquísimas diversidad
faunística.
En
primavera, más que nunca, se escuchan los sonidos de la vida que bulle por
todas las partes, es la sinfonía perfecta que jamás las grandes orquestas
atinarán a interpretar, ni incluso dirigidas por el prodigioso Riccardo Muti.
El río
Deva es la arteria aorta que ayuda a saciar la sed de este bosque
atlántico casi virgen, sobre todo cuando
llegan los rigores del verano. Sus fervenzas llevan esculpiendo la piedra durante miles
de años cual Miguel Ángel el mármol de Carrara. Sus orillas se unen por puentes románicos y por las típicas construcciones
del megalítico conocidas como poldras.
Todo
esto que estaba casi olvidado, hoy se empieza a recuperar movido por la fiebre
senderista ¡Bien venido sea!
Las
fragas del río Calvo y Deva, en el Ayuntamiento de A Cañiza-Pontevedra, son un
regalo para los sentidos y un ejemplo de recuperación y conservación.
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